Notas
al pie de casa











Hoy Laura se dispone a encerrarse en casa, es lunes 9 de marzo de 2020. Despide temprano a su esposo e hijos y les dice que lo que resta del día no estará disponible porque será como si estuviera desaparecida o tal vez muerta, les pide que lleguen por la noche y que por ningún motivo le llamen. Los tres con cara de impacto contestan que está bien, pero no tienen ni idea de lo difícil que les será no contar con su presencia, aunque les alivia el saber que estará a salvo en su casa. Ella cierra la puerta y se siente libre.

En México, muchas mujeres hoy hacen lo mismo que ella, piensa Laura. A este día le llaman “El nueve ninguna se mueve”, aunque no todas tienen el apoyo en sus trabajos y una minoría sigue con su vida normal. Laura imagina que será sencillo, pero no será así porque esto le llevará a reflexionar sobre una realidad de la que sangra su país, donde las mujeres son desaparecidas y en la mayoría de las ocasiones las encuentran muertas, mutiladas o abusadas.









A Laura todavía le hierve la sangre en las venas por la manifestación en la que participó el día anterior, junto con miles de mujeres, para gritar que necesitan seguridad e igualdad. El sonido de la voz de todas sigue impregnado en su piel y resuena en su cabeza. Al frente del tumulto iban las madres dolidas portando la foto de sus hijas desaparecidas, ellas se sentían apoyadas por la multitud y por primera vez tuvieron un halo de certeza. ¡Qué se iban a imaginar que una semana después estarían todos encerrados por el ataque mundial de un virus que estaba sumando contagiados y muertos!

Laura se sienta en su sala y piensa en todas las hermanas, cómplices y amigas que hoy tuvieron que salir a la calle y las siente desprotegidas, expuestas. También se da cuenta que muchas viven en sus casas el maltrato físico o psicológico día con día. Se recuesta boca arriba en el sofá y ve cómo el techo de su casa se le viene encima hasta comprimirle el pecho. Se asfixia, su cara se torna de color azul; como puede pide ayuda, pero… no hay nadie; su boca no emite ningún sonido, los gritos sordos solo están dentro de su cabeza. Se siente atrapada, sangra por doquier y se encuentra confundida. Comienza a llorar hasta perder el conocimiento; así está unos minutos, en medio de la nada. Le duele todo el cuerpo, trata de moverse, pero es imposible. Ve a muchos hombres y a una mujer que se ríen de ella, las risas son como latigazos que hacen que su cuerpo oprimido se contorsione; moría, no había duda. Se le vienen a la mente todos los carteles sobre las mujeres desaparecidas y se reconoce en uno de ellos, sabe que ese es su final. Recuerda a su familia, así como los momentos que ha compartido con ellos, y su corazón recibe un poco de calma. De pronto, mientras solloza, abre la boca y trata de aspirar todo el aire que puede. Se abraza, sus lágrimas la bañan por completo y la sangre desaparece poco a poco de su vista. El techo vuelve a su lugar y le queda solo una marca en el pecho, que todavía siente entrecortado. Después, abraza con sus manos sus piernas y se balancea constantemente hasta darse consuelo. Los ojos le arden; se para poco a poco y busca por todos los rincones para ver si hay alguien más, está sola en casa, “la casa”, ese concepto tan conocido y ajeno a la vez. La agitación la alberga por completo. ¿Así lo viven las mujeres que son privadas de su libertad? Se pregunta. Es la peor humillación y el mayor dolor que ha sentido en su vida. La compasión la impregna y se da cuenta que lo que le falta al ser humano es eso: ser un humano. Su respiración se normaliza y se pregunta qué ha sido todo eso que ha experimentado, ¿cómo es posible? Se asoma por la ventana, ve el árbol lleno de naranjas que está en su banqueta y a uno que otro hombre caminando. El temor se apodera nuevamente de ella, pero no se vuelve a acostar en el sofá.


Se sirve una taza con café, y recuerda que vive en un país donde habitan machos, unos criados por la calle, y otros por mujeres diminutas que fueron educadas para seguir con la tradición de princesas sumisas a la espera de la sonrisa y aprobación masculina. Aunque no todos los hombres son así, se asegura en silencio.

Hay mucho ruido en su cabeza, se mira por dentro; lo que ve la aterra. Recuerda la intención de estar ahí sola sin ir al trabajo.

El teléfono y el timbre suenan constantemente, ella los ignora. Se lleva las manos a la cabeza y piensa en quién estará del otro lado de la línea. ¿No se dan cuenta que es una mujer a la que llaman y que ahora no se encuentra?, ¡esto es un paro nacional!, se dice entre dientes.

Come, toma agua, y agradece al universo la oportunidad de poder hacerlo; termina y se sienta a escribir unas líneas que se le vienen a la mente. De pronto, comienza a temblar. Sí, la Tierra también reclama. Laura toma el celular y sale a la calle; es entonces cuando rompe el silencio y anonimato al comentar tres palabras con una vecina que también abandonó su encierro. ¿Todo bien vecina? Sí, solo que mis hijos se asustaron y por eso salí. El par de niños la ven con ojos de llanto, pero ella piensa que en ese momento no está para consolar. Y las dos sin decir más se vuelven a encerrar.

¿Por qué no me quedé quieta a pesar del temblor?, se le escucha decir. A las mujeres que no regresaron no se les dio la oportunidad de ponerse a salvo. Nadie atendió al llanto de sus madres, padres, hijos y familiares. Solo recibieron maltrato y la Tierra les tembló dentro del cuerpo tan fuerte hasta derrumbarse por completo.



Laura flagela su debilidad y se siente vulnerable; llora y ese mar turbulento lo vuelca en palabras. Escribe que no tiene en sus manos la respuesta a todo lo que sucede en su país, que este río de sangre es consecuencia de muchos. Toma fuerza al pensar que más mujeres están como ella, pensando en una solución y protestando con un día sin mujeres, desde su trinchera y en silencio.
Se acerca la noche y Laura se asoma por la ventana que da a la calle, pasan decenas de carros con sus luces encendidas y ella se los imagina con puros hombres al volante. Se pregunta cómo habrá sido para ellos un día sin ellas. Recuerda lo que experimentó y sacude su cabeza para alejarse de esa sensación indescriptiblemente aterradora. Su familia está a punto de regresar, se prepara un té y se sienta en la mesa del antecomedor con la taza tomada por ambas manos, necesita ese calor para envolver su corazón y su cabeza que no han dejado de sentir y pensar.


Se escucha el murmullo de su esposo e hijos que se acercan, abren la puerta y todos están contentos de ver a Laura. Lo primero que le pregunta el esposo es cómo le fue con el temblor, Laura hace cara de despreocupada y les comenta que bien; ella se da cuenta que no había pensado en ellos. Los niños dicen que fue un temblor suave y corto; uno comienza a decir que fue un día raro porque no había ninguna niña en el salón y que las maestras y directora tampoco fueron, comentan que no les gustó eso, y que además se aburrieron en la oficina de su papá. El esposo reafirma el desastre diciendo que las mujeres les hicieron mucha falta en la oficina porque muchas decisiones importantes no se pudieron tomar. Le preguntan a ella por su día y por esa marca en el pecho, pero ella no les da explicación. El esposo ve la pila de platos sucios en el fregadero y le comenta que seguro descansó. Ella comienza un monólogo dejándolos a los tres impactados por las conclusiones que escuchaban. Mientras, el esposo se destina a lavar los platos y los niños a sacar todo para hacer unas quesadillas.


Invierno del 2021





Escrito por:

Sofía Orozco
(Guadalajara, 1973).
Directora Ejecutiva de Letra Uno, escritora, fotógrafa y pintora. Ha publicado las novelas La Tierra es redonda, como la vida no es plana y Voces que acompañan silencios. También es autora de los cuentos infantiles, “El alma de Don Jacinto” y “La trenza de mamá”Actualmente estudia el grado en Humanidades, con especialidad en Gestión Cultural en la Universidad Internacional de la Rioja.
Ilustrado por:

Andrea Bárcenas
(Guadalajara, 1988).
Egresada de la licenciatura en diseño gráfico. Desde hace 10 años crea objetos y textiles para su propia marca Materia Ilustrada. A partir del 2013 dedica gran parte de su tiempo a gestionar espacios y proyectos que fomentan el consumo de ilustración y fanzine. Fue cofundadora de Proyecto Arteria, el acervo de publicaciones de LIA  y actualmente es copropietaria de la tienda NIMIA.