Kynodontas



“Mother gave you her smile
Daddy gave you his fear”

BOYOTough Kid

Cortar

Un día, como todo lo que pende de un hilo, cayó. Lo había empujado hasta dejarlo de forma horizontal y cuando mi dedo lo tocó, se desprendió. El dolor fue mudo. Golpeó el suelo y me hizo sonreír el sonido que produjo, era similar al que producían las monedas que se les caían a mis padres cuando entraban al baño. Lo levanté del piso, y al volver al espejo me asusté un poco pero seguía calmado, tenía los labios pintados de sangre, nada que agua y jabón no pudieran limpiar. Intenté colocarlo de nuevo en el lugar que dejó, pero no quedaba. Lo hacía con fuerza, lo cual provocaba que la sangre siguiera su fuga y se derramara por mi barbilla a mi cuello, manchando la playera que traía puesta. Mis manos también terminaron teñidas de rojo. El lavabo y piso también tenían su porción de mí. Al espejo solo le tocaron una o dos gotas. Empujarlo no funciona, no es un clavo, pienso. Para mí, el opuesto de un clavo era un tornillo, así que empecé a girarlo en mi encía viva. Por unos segundos el diente se quedó quieto y luego cayó de nuevo, solo que ya no hizo ese sonido agradable, fue un golpe que puso a temblar la casa; ya no aguanté más y dejé que las lágrimas comenzaran la limpieza de mis labios. Mis papás parecían haber escuchado el golpe, tocaban la puerta de forma ansiosa, recogí el diente y los dejé pasar. Se asustaron por la sangre en todos lados y gritaban: “¿qué te pasó?”. Yo no podía decir nada e hice lo que todo niño hace cuando no puede explicar algo: les mostré. Abrí mi boca y luego mi mano. Mamá me abrazó y papá comenzó a reír. Ella le decía que se callara porque la hacía reír, pero estaba todo bien, así que ella también se dejó llevar y los tres terminamos carcajeándonos parados sobre saliva rojiza en el piso del baño.
 

Vuelven a crecer

El segundo se fue en silencio, sin miedo y sin risas. Apenas se movía y en la noche mientras nadie lo vigilaba desapareció. Lo buscamos por toda la cama, no estaba; papá decía que seguro me lo tragué, lo cual me provocó ansiedad. Como las semillas que te podían hacer crecer árboles si te las comías, pensé que me iba a masticar desde dentro, cada vez que me dolía el estómago pensaba que me había mordido. Siempre lo buscaba después de hacer del baño, hasta que lo vi en el fondo del escusado, sin raíz, similar al primero. Le jalé y dejé que se fuera junto a mi ansiedad de ser comido desde dentro. Extrañaba el no-vacío, la no-ausencia. Mis dos incisivos de en medio dejaron un hoyo en el centro de mi sonrisa. Pasaba mi lengua por mis encías inflamadas y mi dedo cuando nadie veía. Si hablaba con alguien llenaba el vacío con mi labio, parecía un anciano chimuelo. Nuestra fragilidad nos la enseñan los dientes. Es lo primero de nosotros que vemos caer. Hasta ese momento no sabemos que somos un organismo lleno de funciones internas que se oxidan y descomponen.

¿Qué quieres para tu cumpleaños?

Dientes. Papá me pidió que le mostrara mis encías. “No se ve nada”, le dijo a mamá. “Ahorita venimos”, y se metieron a su cuarto. Me quedé en el comedor recostado en la mesa. Para matar el tiempo hacía inventario de mis dientes, que todos estuvieran firmes. Empezaba por el vacío, de ahí contaba los de un lado, los del otro y por último, los de abajo, así hasta llegar a las muelas: seguían todos firmes. Escuchaba cómo discutían, evitando gritar, pero con susurros muy altos, sonaban como la distorsión de una radio con mala señal. Al terminar el inventario toco las encías con mi lengua y al ver la puerta cerrada de su cuarto empiezo a hacerlo con mi dedo pulgar. ¿Quién siente a quién? Puedo sentir la suavidad de la encía y la aspereza de mi pulgar. ¿Qué sentí primero? Cuando tocas tu cuerpo con otra parte de ti, una neutraliza la sensación de la otra y cuando intentas concentrarte en ambas, las sensaciones se alternan, terminas concentrándote en una, tu cuerpo no decide quién es el invasor y el invadido.

Sácate el dedo de la boca

La puerta se había abierto y mamá me veía molesta. Papá pasó detrás de mí, pero regresó y me dio un beso en la cabeza, era su forma de decir: “me importas, aunque esté concentrado en algo más y te ignore”. Un poco larga la frase, pero un día me lo dijo letra por letra después del beso. Ella seguía viéndome desde la puerta, hasta que él regresó con su caja negra de herramientas y antes de encerrarse de nuevo, mamá me apuntó y me miró, así aseguraba que yo no volviera a hacer lo que estaba haciendo.

Se tomaron su tiempo y volvieron a salir, podía reconocer la escena, tenían sus ropas manchadas y sus labios rojizos. Papá dejó caer, delicadamente, dos trozos de marfil humano delante de mí, junto a un martillo y un desarmador.

El colmillo es mío y la muela de tu papá

Eran diferentes a los que había perdido, los míos eran tal cual se veían en mi boca, pero los de ellos tenían una punta extra, él se dio cuenta de mi sorpresa y me dijo que era la raíz, “no se puede plantar un árbol sin su raíz”. Mamá se acercó, me tomó de la cara e hizo para atrás mi cabeza.

Abre la boca y no te muevas

Levantó primero el colmillo, dudo un poco el lugar, izquierda o derecha, pero se decidió por la derecha. Ella lo sostenía y él iba golpeando poco a poco, lento para no dañar la raíz o la punta. El dolor me hizo llorar, pero tuve que hacerlo en silencio y sin moverme. La boca me sabía a óxido. Al terminar me limpió con varias servilletas y me dio agua antes de empezar con la muela. Papá le dio un ligero golpe con el martillo para acomodarla y después con el desarmador la fue apretando hasta que permaneció en su sitio. Tornillos y clavos, muelas y colmillos.

Me convertí en su foto y ellos en mi negativo, ella tenía su vacío a la izquierda y yo tenía su colmillo a la derecha, él tenía el suyo a la derecha y yo su muela a la izquierda. Cuando salíamos a la calle cada uno me tomaba de la mano del lado de su diente.

Desgarrar

Me quedé con todos sus dientes. Tengo cuatro hileras, dos arriba y dos abajo, mamá a mi derecha y papá a la izquierda. Después de que perdí toda mi dentadura ya tenía una nueva formada con parte de cada uno de ellos. No se detuvieron, decidieron los tuviera completos y me agregaron las demás piezas.Cuando cumplí dieciséis me pusieron brackets (no ellos, un dentista) para nivelar todos los dientes y que no se notara que estaban en posiciones equivocadas, era más fácil ese proceso que intentar reacomodarlos.

La comida está lista

Papá quedó completamente chimuelo y a mamá le quedaron las muelas del juicio, a él nunca le crecieron como a la mayoría de las personas y yo ya tenía dientes de más, qué diferencia harían unos que de por sí sobran. Ella masticaba por él y una vez molidos sus alimentos, los volvía a sazonar, la saliva les quitaba sabor. Yo era el único con mi comida completa.

Tardé en habituarme a las manías de sus dientes. Si tomaba cosas frías me dolía la parte izquierda; con las calientes, la derecha, me acostumbré a tomarlo todo tibio o a temperatura ambiente. Los dolores por las caries que quedaron, en ocasiones, no me dejaban dormir y lo peor es que el dentista tardó mucho en poderlas tapar todas por la posición en las que se encontraban.

Triturar

Mamá sacó las pinzas de la caja negra de plástico y las llevó en todo el funeral. Parecía como si fueran un rosario al que le estuviera rezando. Pensé que era un símbolo del dolor que pasaron juntos, de los dientes que me dieron. Esas pinzas marcaron su relación, no sé si para mejor o peor, el inicio de algo nuevo, de que las cosas serán diferentes y que ahora tendrás que adaptarte. A todos los que le dieron el pésame les dedicó esa sonrisa de convivencia incómoda, con los labios apretados como si estuviera pujando y en las puntas un ligero surco hacia arriba.

Acompáñame

Entramos al cuarto donde estaban velando a mi chimuelo padre, y cerró la puerta. Se acercó al féretro y se le quedó viendo. Tenía una especie de ventana que dejaba verlo a la cara, pero no podíamos tocarlo. Acariciaba el vidrio mientras decía algo que no entendía, otra vez la distorsión de la radio, una distorsión cálida. Besó las pinzas y con ellas golpeó el cristal, las limpió con su blusa negra, las metió a su boca y comenzó a tirar: una, dos, tres, cuatro muelas. Las dejó caer por el hueco y me ofreció las pinzas. Quedé paralizado, mi madre estaba frente a mí, de su rostro no dejaba de brotar sangre y lágrimas que manchaban el piso, el féretro y oscurecían más su ropa. ¿Qué dientes debía quitarme? No tenía ni uno propio, ¿me estaba pidiendo los de ella o los de él? Ella le dio las muelas que nunca tuvo, ¿qué podía ofrecerle? Al no tener respuesta, metió también las pinzas por el hoyo.

No quiero volver a masticar

Masticaba por ella, pero no sazonaba la comida después, nunca he tenido buena mano midiendo las porciones de sal y pimienta, siempre le falta o, en el peor de los casos, le sobra. Mamá había empezado a comer por comer, no le importaba si mi saliva le limpiaba cualquier rastro de sabor.

Un día al regresar del trabajo no me escuchó entrar y la vi mordiendo la mesa. Cuando notó mi presencia simplemente se encerró en su cuarto. Revisé la mesa y tenía marcas por toda la orilla, diminutas, solo perceptibles si se les ponía atención. Iba a preguntarle qué estaba haciendo cuando en la puerta de su cuarto vi las mismas marcas. Revisé todos los muebles de la casa y muchos las tenían, incluso algunas paredes. Las encías no dejan marcas. Cuando por fin salió de su cuarto le pedí que me mostrara sus encías, estaban rojas, inflamadas y llenas de puntos blancos. Se estaba atrofiando el crecimiento de nuevos dientes.

No me regañes

No lo hice, pero no volví a dejarla sola mientras le crecía su nueva dentadura. Para ella el acto más grande de amor era masticar por alguien más y supongo que por eso evitaba volver a hacerlo por sí misma. Con sus dientes de vuelta regresó un poco a su rutina, iba a trabajar y comía por sí sola.

Años después, a meses de su fallecimiento, mis dientes (sus dientes y los de él) comenzaron a caer, volvió el miedo, ya no tendría a alguien para remplazarlos. Sin estar flojos se desprendían, sin raíz, como los míos cuando era niño. Pensé que estaría chimuelo y sin quien para masticar por mí, pero caían porque una nueva dentadura crecía, hecha de las raíces que dejaron mis papás. Aun con sus caries permanentes, aun con sus dolores constantes, mi dentadura nueva.










Escrito por:

Azla Ravét
(Mazatlán, 1990).
Ha publicado en las revistas digitales Efecto Antabus y Tierra Adentro. Participante del dossier sin nombre. Colaborador actual en la revista Efecto Antabus como parte del equipo de dictaminación.
Ilustrado por:

Frosh
(Edo. de México, 1994).
Dibujante que aprendió más de la vida que en las (j)aulas de alguna universidad pública. Se inspira en la música, la calle, películas, telenovelas, la gente o las amigas. Crea personajes extraños los cuales pueden ser hombres, mujeres o ambos.